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martes, junio 17, 2025

Estudio de paleogenómica revela alta consanguinidad en un niño de Paquimé, sacrificado hace más de 500 años

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Arqueólogos y genetistas mexicanos y estadounidenses analizaron el genoma de un infante, posiblemente, sacrificado hace más de 500 años en la antigua ciudad de Paquimé, zona arqueológica localizada en el municipio chihuahuense de Casas Grandes. El estudio reveló el cercano lazo consanguíneo entre los padres del niño.

Los firmantes del artículo, publicado en Antiquity, revista editada por la Universidad de Cambridge, entre los que se encuentra el profesor e investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), José Luis Punzo Díaz, resaltan el carácter interdisciplinario y transfronterizo de la investigación.

Esta colaboración permitió al equipo ser pionero en la extracción de datos genómicos, provenientes de restos humanos recuperados de las ruinas de Paquimé, lo que no se había logrado debido al daño que el intenso calor de la región produce en el ADN antiguo.

Respecto al individuo, cuyo material genético fue analizado, José Luis Punzo refiere que fue descubierto durante las excavaciones en el sitio, dirigidas por el arqueólogo Charles DiPeso, entre 1959 y 1961.

En la Casa del Pozo, conjunto habitacional que recibe el nombre por su cercanía a un subterráneo donde se celebraban ceremonias y rituales, además de miles de materiales exóticos, bajo un gran poste que alguna vez sostuvo un techo, se registró la osamenta de un niño, que contaba entre 2 y 5 años, al momento de morir.

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El especialista, adscrito al Centro INAH Michoacán, señala que el infante fue enterrado junto con una ofrenda de piezas de turquesa y su cráneo mostraba huellas de un golpe fatal, el cual, posiblemente, se le infligió de forma intencional, de ahí que DiPeso interpretó el entierro como un sacrificio.

El denominado Entierro 23-8 se analizó como parte del Proyecto de Investigación de Poblaciones Antiguas en el Norte y Occidente de México, que examina los cambios en la estructura poblacional a lo largo del tiempo en dichas áreas culturales, a partir del estudio de ADN antiguo.

A cargo del mismo estuvieron los expertos estadounidenses Jakob Sedig, Steven LeBlanc y David Reich, adscritos a distintas dependencias de la Universidad de Harvard, como el Departamento de Biología Evolutiva Humana, el Museo Peabody de Antropología y Etnología, y el Instituto Broad; Meradeth Snow y Michael Searcy, de los departamentos de Antropología de las universidades de Montana y Brigham Young.

Además de Frank Ramos, del Departamento de Ciencias Geológicas, de la Universidad de Nuevo México, Las Cruces; y Laurie Eccles, del Laboratorio de Paleoecología Humana y Geoquímica Isotópica, de la Universidad Estatal de Pennsylvania.

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Como parte del estudio se hizo el procesamiento de material esquelético, la secuenciación, la bioinformática y la evaluación de la calidad de los datos. Estos métodos confirmaron la obtención de datos auténticos de ADN antiguo (ADNa), del mencionado entierro: “Las secuencias de ADN presentan daños apreciables en los extremos terminales, como se espera para el ADNa genuino”, indican los autores.

El análisis determinó que el individuo era masculino, y los marcadores uniparentales resultaron consistentes con las poblaciones nativas americanas.

Tras confirmar la autenticidad de los datos genéticos del Entierro 23-8, estos se cotejaron con los de 609 individuos antiguos del continente americano, y 170 individuos modernos (previamente publicados), incluidos: chane, huichol, karitiana, zapoteca, mixe, mixteca, piapoco, o’odham, quechua, suruí, europea y mbuti.

Se demostró que la filiación del individuo infantil de la Casa de Pozo de Paquimé, “era similar a la de otros individuos que vivieron en el noroeste de México y suroeste de Estados Unidos durante los últimos 2,000 mil años, siendo particularmente cercana a la de los o’odham (pima) modernos. El hallazgo replica estudios previos de poblaciones antiguas y modernas de América Central y del Norte.

El dato revelador fue arrojado por las rachas de homocigosidad (ROH), que son grandes extensiones del genoma donde el ADN que un individuo recibe de su madre, es idéntico al ADN que recibe de su padre, debido a que ambos comparten un ancestro común reciente, caso de la descendencia entre hermanos o primos.

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La utilización de hapROH, una herramienta analítica que cuantifica el ROH presente en un genoma antiguo, arrojó que los padres del niño de Paquimé tenían un parentesco aún más estrecho, puesto que compartían entre el 25 y el 50 por ciento de su ADN. El tipo de parentesco más probable es el de segundo grado, que surge cuando los padres son medio hermanos, tío-sobrina, tía-sobrino o abuelo-nieta.

“Los niveles de homocigosidad que medimos en los restos del niño se encuentran entre los más altos de la América Antigua”, recalca el equipo de investigación que, como hipótesis, basada en las evidencias (un ROH alto, un depósito funerario único con objetos de prestigio y un individuo con golpe sacrificial), plantea que el entierro del infante de la Casa del Pozo fue producto “de un ritual realizado por una familia de elite para engrandecer su posición social en Paquimé, durante el apogeo del sitio (1200-1450 d.C.)”.

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