Tocar a la puerta del fotógrafo y antropólogo John O’Leary Simms (Temple, TX, 1949) es la oportunidad de que se te abran más en Cholula, a cuya comunidad está más que integrado. Con cámara al hombro, desde hace más de 50 años, se le ve en la celebración de una fiesta patronal, de vigilia en un velorio, o deambulando por sus calles o los subterráneos de su zona arqueológica, al asalto de signos del tiempo.
El maestro, quien a los 18 años dejó su casa en un viaje sin retorno a México, recibirá este 22 de agosto de 2025, la Medalla al Mérito Fotográfico, junto a su colega Maritza López, en el marco del 26 Encuentro Nacional de Fototecas.
Para él es significativo que el reconocimiento se lleve a cabo en el Museo Nacional de Antropología. Ahí, recuerda, se realizó el Primer Coloquio Latinoamericano de Fotografía, en mayo de 1978, pero también es un lugar que preserva las huellas de sociedades que nos precedieron. Las fotografías, dice, son el rastro de nuestra época.
El galardón, conferido por el Sistema Nacional de Fototecas, del Instituto Nacional de Antropología e Historia, le provocó un shock: “No lo tomo a título personal. Para mí representa los anhelos y logros de un gremio de poetas visuales. Esto es para ellos.
“Por ejemplo, es interesante el papel que desempeñó el Consejo Mexicano de Fotografía, porque volteó la mirada a nuestra región. Vinieron dos coloquios latinoamericanos y luego el primero nacional, lo que significó un impulso por organizar la fotografía mexicana, libre de las reglas de la jugada”, recuerda.
So pretexto de estudiar en la University of the Americas, O’Leary llegó al país en 1968, cuando la Ciudad de México experimentaba un parteaguas histórico, sobre el cual se sentía ignorante y ajeno, pero tenía el interés claro por la fotografía. Reconocía el trabajo de Edward Weston, Tina Modotti, Lola y Manuel Álvarez Bravo, a quien intentó conocer recién llegado a una casa de huéspedes en la colonia Roma.
Su primer trabajo como fotógrafo del periódico de la universidad lo ganó por default, nadie más se postuló, comenta, y tras dos años en la capital estudiando la carrera de Antropología, se mudó a Puebla en 1970, al abrir el campus en Cholula, Puebla, de la ya nombrada en español, Universidad de las Américas. Recuerda que alquiló un departamento detrás del mercado, “donde viví sin cocina por 18 años, pero con un magnífico cuarto oscuro. El resto fueron 10,000 horas de prueba y error”.
A finales de esa década, se celebró el referido primer coloquio latinoamericano, y la labor del Consejo Mexicano transformó su enfoque para reconocerse a sí mismo como un fotógrafo documental: “Me gustaba mucho hablar poéticamente sobre una situación o un hecho que está en la realidad”.
Bajo esa convicción presentó La pasión de Cristo, por la que obtuvo una beca de producción en la Bienal de Fotografía de 1984, y en la edición de 1986 obtuvo el primer lugar del mismo concurso, por el portafolio La condenada felicidad, sobre las bodas en pueblos de Tehuacán. Ya en la década de los setenta, también se había adentrado en el retrato de otro rito popular: la lucha libre de la provincia.
O’Leary ha forjado una herencia fotográfica del patrimonio cultural, consciente de que habita uno de los lugares más antiguos del continente: “Cholula ha existido como un asentamiento humano desde hace 3,000 años. El dicho reza que es la ciudad viviente más antigua de las Américas; para entenderla tienes que conocer sus 10 barrios, con tradiciones distintas entre sí, únicas”.
La permanencia de John O’Leary en esa población, coincidió con la aparición de lo que considera la Biblia: Cholula, la ciudad sagrada en la era industrial (1973), de Guillermo Bonfil Batalla. Cuestionado sobre qué era atraviesa este lugar hoy en día, responde:
“Es fascinante. Hoy, en Santa María Xixitla, nos abrió su casa doña Julita Toxqui Mino, quien, por un año va a tener a su cargo la Virgen de los Remedios, y luego será tatiaxca, una autoridad máxima. La imagen ha estado en manos de las mayordomías desde la era franciscana. Cholula vive en la modernidad, sin olvidar el pasado”.
El trabajo fotográfico de John O’Leary no solo abarca a Cholula, también llaman la atención una serie de experimentos visuales sobre fotografía abstracta que ha construido a lo largo de su trayectoria, la cual propone una mirada singular de formas y texturas visualizadas en diferentes ambientes y contextos cotidianos.
Su obra, trabajada mayormente en blanco y negro, transita entre el registro y la propuesta artística, surcando ruinas, barrios, templos, la algarabía de las fiestas, el éxtasis de los ritos, la entrega de los cholultecas hacia su comunidad. En más de medio siglo, John O’Leary ha construido una crónica visual de los saberes colectivos, de los pasos de una ciudad sagrada que sigue en la senda de la historia.
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