La base cultural de nuestro país está sustentada en sus pueblos originarios, los cuales han luchado para el reconocimiento de sus derechos, lugares sagrados, respeto a sus tradiciones y formas de mirar el mundo; esos aspectos y el crisol étnico tlaxcalteca son el eje rector del nuevo número del suplemento cultural La ChíquINAH, órgano de difusión de la representación del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en Tlaxcala.
Correspondiente a septiembre, el No. 24, titulado Los pueblos originarios de Tlaxcala, se integra de seis artículos, la mayoría escritos por investigadores del Centro INAH Tlaxcala.
La publicación inicia con la presentación, a cargo del etnólogo Milton Gabriel Hernández García, quien propone una reflexión en torno a la conmemoración del 9 de agosto como Día Internacional de los Pueblos Indígenas, fecha que, señala, no debe verse como una celebración, sino como un llamado a generar mecanismos e instrumentos de protección para las comunidades originarias, así como resaltar su diversidad cultural.
Continúa el texto “Tlaxcala y sus comunidades originarias: la reforma al artículo 2º. y su reconocimiento”, a cargo de la historiadora Fabiola Carrillo Tieco, que alude a la importancia de la adición al citado artículo constitucional del concepto “nación multiétnica”, lo cual refuerza el sentido del principio de la diversidad cultural mexicana, con etnias, culturas y pueblos originarios, derivados y extranjeros, y los reconoce como sujetos de derecho, autonomía y autodeterminación.
Cabe recordar que, de manera oficial, en 2024, el gobierno de Tlaxcala y el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas reconocieron a 57 grupos indígenas y fueron incluidos en el Catálogo Nacional; sin embargo, al día de hoy se contabilizan 70 comunidades indígenas registradas para la entidad: 69 nahuas y una otomí-yuhmu.
En el texto “El símbolo de la cruz entre los yuhmu de Ixtenco, Tlaxcala”, del antropólogo Jorge Guevara Hernández, se asocia a Ixtenco, según el pensamiento antiguo yuhmu, como una representación del axis mundi, marcado por cuatro espacios, al igual que la forma de la cruz. El primer espacio se denomina “mancha urbana” y corresponde al pueblo mismo; el segundo, “espacio municipal”, lo delimitan cruces al norte, oriente y poniente, y al sur un antiguo árbol de encino.
El tercero, “espacio celeste”, es aquel cuyas fronteras se marcan mediante las procesiones anuales a cuatro santuarios con cristos crucificados: al norte van a Texocuixpan, Puebla; al oriente, a Xalancingo, Veracruz; al sur, a Tepalcingo, Morelos; al poniente, a Chalma, Estado de México, y al centro, Ixtenco. Por último, el “espacio étnico”, constituido por montañas con cuevas donde moran y se manifiestan las deidades acuáticas, lo forman las formaciones: La Malinche (oriente); El Peñón (norte); la cueva de Chiapan (poniente) y el Cuatzi (al sur), en Tepeticpac.
El escrito “Los alcohuas de Tlaxcala: saldos de una presencia forzada”, del antropólogo de la Universidad Intercultural de Tlaxcala, Francisco Castro Pérez, apunta hacia la falta de reconocimiento institucional y gubernamental que han tenido los habitantes acolhuas de Calpulalpan, Nanacamilpa y Sanctórum (Tzacualtitla), quienes, además de tener sitios arqueológicos notables, han conformado una sola unidad étnica, desde mediados del siglo XX.
Complementan el número “Comunidades indígenas de la ciudad de Tlaxcala en el siglo XXI”, también de Hernández García; “La identidad étnica contemporánea, algunos apuntes desde Tlaxcala”, del historiador Nazario A. Sánchez Mastranzo; y un ensayo breve del titular del Museo Regional de Tlaxcala, Diego Martín Medrano, sobre la exposición fotográfica Los graniceros de Amecameca. Entre el cielo y la tierra, de Joseph Sorrentino, que permanecerá en este recinto hasta el 12 de octubre de 2025.
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