Desinfectante como vía intramuscular. Gasolina como sustituto de gel antibacterial. Estampitas aderezadas por fuerza moral. Todos, métodos de algunos líderes para evitar un contagio de SARS-CoV-2. Esto es más la debacle del pensamiento humano, eso único que nos diferencia del resto de los seres vivos del planeta. Inconcebible ante una emergencia sanitaria como en la que vivimos, que si bien no es la primera que atraviesa el mundo, sí es la única que podemos narrar de primera mano; inconcebible que esto, la urgencia por conocimiento, certezas, ciencia, no sea una necesidad. Estamos a expensas de figuras que se aferran a sus creencias y que buscan, prácticamente, someternos a ellas a como dé lugar.
Acción Nacional, con todo y los enormísimos yerros que ha tenido en su quehacer político en los últimos años, quiere obligar legalmente al presidente Andrés Manuel López Obrador a que porte un cubrebocas. Y esto es señal inequívoca de un gobierno, el de la Cuarta Transformación, que no ha sido capaz de enfrentar la pandemia sin aceptar que debe soltar su ideal de gobierno y sus fobias. Para cuando usted esté leyendo estas líneas, con toda seguridad México habrá rebasado ya al Reino Unido en el número de muertos por covid-19, ayer estábamos a menos de 100. Estaremos ya en el tercer lugar a nivel mundial, por encima de países como España e Italia, quienes hace algunas semanas pedían al mundo ver su ejemplo, para no sufrir lo que ellos.
Con qué facilidad pasamos de los seis mil, ocho mil, 12 mil o 15 mil fallecidos. El viernes cerramos con 46 mil 688 defunciones.
Las proyecciones se movieron a gran velocidad, tanta, que las autoridades no han tenido —o querido— la oportunidad de reconocer cuáles han sido sus fallas. A cinco meses de la llegada del virus a nuestro país, aún siguen discutiendo la utilidad de un cubrebocas.
México no es el único país expuesto a las malas decisiones en medio de la emergencia sanitaria. Apenas ayer, Rodrigo Duterte, presidente de Filipinas, sugería a su ciudadanos, aquellos a los que su gobierno no ha podido sacar de la pobreza, que en caso de no tener gel antibacterial, acudieran a una gasolinería y rociaran unas cuantas gotas de ella en sus manos para así evitar un contagio de coronavirus. De esa magnitud la ignorancia del líder de un país.
Y Jair Bolsonaro, quien desde Brasil afirmó ayer que, tras su contagio de covid-19, le creció moho en los pulmones. No dio más detalles, no dijo cómo, no dio siquiera un parte médico remotamente creíble, sólo aseguró que el coronavirus le dejó esa secuela. Secuela a la que estará condenando a su esposa, quien también dio positivo al virus.
Horas antes, Luiz Inácio Lula da Silva informó que había indicios de que el contagio del presidente brasileño había sido fingido con tal de sacar adelante una agenda en favor del uso de la hidroxicloroquina.
- Podríamos calificar todo lo anterior como “resbalones”, ocurrencias propias de quienes, desde su falta de conocimiento, intentan dar soluciones a la crisis sanitaria; el asunto es que hay miles de vidas perdidas y una vez que la pandemia pueda ser controlada, será obligación de todos llamar a los gobernantes a rendir cuentas.